El índice para medir la peligrosidad habría tenido su sustento en el número de asesinados por cada 100 mil habitantes y el “incremento de violencia”.
Para las autoridades gobernantes de ese lugar era algo injusto.
El alcalde del puerto, el mismo que dijo que las violaciones ocurrían en todo el mundo (como el imbécil que es) y que días después le pediría ayuda al poder Ejecutivo, con lágrimas y voz entrecortada, para que mandara a la milicia, se quejaba amargamente de la posición del ranking.
Acapulco, un lugar conocido en el mundo, escape de la vorágine citadina, del caos de las urbes.
Un lugar de ensueño, como lo canta Ringo Starr, el Beatle, en su canción Las Brisas, o que con sentimiento cantaba “El Flaco de Oro”, Agustín Lara, a María Félix, diva mexicana: “Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María bonita, María del alma…”
Unos cuantos años después Acapulco es lugar de disputa de diversas mafias, desde las legales hasta las ilegales, ya que en el lugar convergen y se entremezclan, las del “narcotráfico” (“la delincuencia organizada”), con las de la construcción, quienes han depredado la selva y mar del lugar, al igual que las políticas.
Todos conectados, en una clase de mixtura de sujetos nocivos.
Muertos, decapitados, violadas, son el escenario de una batalla que durante años ha puesto a ese hermoso lugar en su posición actual.
Las olas, el olor a sal, el calor sofocante, el recuerdo de la familia que durante meses ahorraba dinero para viajar junta, es una vivencia idílica frente al miedo de las personas que habitan ahí.
Presas del terror, sin saber que es parte de la conjura global del neoliberalismo armado, ese que genera la guerra.
Acapulco es el lugar más peligroso de México, calificación injusta para un lugar que percibe los efectos de una guerra que se gesta en otros lugares.
Esas evaluaciones de la “peligrosidad” conceptualizan erróneamente el “peligro”, aunque con una gran funcionalidad para la biopolítica, ya que si su metodología hubiera sido acertada, muchas de las capitales del “primer mundo” serían los lugares más peligrosos.
Washington, Moscú, New York, Madrid, Berlín, París…
¿Por qué?
Porque desde esos lugares se van fraguando las políticas globales que tienen efectos perversos sobre el resto del mundo. Generan la violencia (hambre, caos, desempleo…).
Bajo esa lógica no pueden desprenderse de su responsabilidad, porque esas ciudades-monstruosas-peligrosas, como Acapulco, muestran el fracaso de un sistema del que aquellos son garantes (protectores del templo donde se adora al capital y el mercado del consumismo).
No sé que sea más peligroso entonces, si la fábrica que los produce o el producto.
Mientras tanto: Acuérdense de Acapulco…