Es Santos quien me salva tirando de mí cuando la pila roza mi testa. Definitivamente, el patio está revuelto. Observo como desde una esquina Bach dirige a sus machacas, mientras uno de ellos vigila la posible llegada de los funcionarios para dar el agua.
Santos me pone al tanto mientras continuamos con nuestros deambular circular, sin perder de vista y de reojo, los cielos de nuestro módulo. Por lo que éste cuenta, ayer llegaron dos compis de permiso; llegaron con todo empetado en el culo. Compraron la merca con los dineros del Bach, y hoy el supermercado de la droga se encuentra repartiendo sus productos en el módulo y fuera de él. Para acceder a los módulos colindantes lo hacen por el sistema de proyección de pilas.
En una primera pila de transistor, colocan una nota con el mote del destinatario, y las características, precio y condiciones de pago de la droga a enviar. Un lanzador la proyecta por encima de las tapias y alambradas, cayendo en el patio contiguo. Ahí esperan dos recogedores. A ese mensaje contesta el cliente con su contraoferta o aceptando las condiciones; en ese caso adjunta un billete de dineros de la calle o un propuesta de pago. El tercer envío, esta vez del Bach, y si todo está aceptado, parte con la mercancía adjunta. De ahí el control y la importancia de los aguateros; si una pila cae en manos de los funcionarios, aparte de la perdida material, está el posible parte muy grave para el poseedor de la misma. Eso, si descubren al propietario de tan valioso tesoro.
Hoy descubro, con peligro para mi integridad física, el procedimiento habitual de la distribución taleguera.