El caso es que, han pasado unas semanas y me he encontrado en varias ocasiones defendiendo con ahínco al islam, a los musulmanes y sintiéndome muy afectada desde el punto de vista árabe. La gracia de todo esto es que yo no soy musulmana, de hecho mucha gente de mí alrededor no es musulmana, pero tengo buenos amigos y grandes personas, con las que además trato todos los días, que sí son musulmanes; y es gracioso porque cuando veo sus caras o recuerdo mis vivencias con ellos entro en una fuerte confrontación conmigo misma. Algo dentro de mí me dice “Peligro” y a la vez lo veo absurdo porque realmente sé que no existe ningún peligro; me parece tan absurdo que me pregunto por qué mi cerebro está atendiendo a ese mini impulso…
Otra situación que llevo encontrándome estos días es un racismo incipiente, quiero decir, que gente que conozco que antes se cortaba o era más cometida en decir algunos comentarios, desde hace unas semanas se ven en pleno derecho de exponer su marcada ideología racista porque… “Mira lo que están haciendo y esto solo acaba de empezar”. En muchos casos después de frases como esta parece que quedan a la espera de un aplauso condescendiente que, por supuesto, se merecen por esa observación tan bien expresada.
¿Qué ocurre? Que mi criminóloga interior, a partir de estas situaciones se dispone a nadar contracorriente, se cabrea o peor: expresa su opinión contraria.
Esto es difícil si no estás en una sala de estudiantes tratando un tema como “la islamofobia” o “formas de terrorismo” – contextos académicos en los que sí estoy más acostumbrada a encontrarme discutiendo estos temas-. Que quiero decir con esto, que lo que a mí me produce una situación absurda de confrontación propia en una frutería árabe para otra gente es una verdad, es una verdad tan verdadera que dejan de comprar en fruterías de dueños árabes o empiezan a mirar mal a los vecinos árabes del quinto. ¿Por qué? Supongo que será fácil para estas personas pensar: “ahora no solo nos están invadiendo sino que quieren acabar con nosotros” (Si sois una de estas personas perdón si no me acerco a la realidad, no sé si me estoy metiendo de lleno en el papel o me alejo terriblemente, en fin, hago lo que puedo).
Soy catalana y residente en Cataluña, vivo en un contexto en el qué seguro esta sospecha está muy matizada, si fuera una residente ceutí seguramente este texto sería muy distinto; pero por esa razón, por mi contexto, también me asusto de estas pequeñas “sombras de sospecha”, que percibo en la población que me rodea. Porque, de momento, no existen extremistas del islam criados y amamantados en nuestra zona, al contrario, las nuevas generaciones se están adaptando al contexto español y europeo sin perder sus costumbres en muchos casos. Creo que, como catalanes, somos un buen ejemplo de cultura de integración, al menos, en mi entorno la visión integrista europea funciona. Por este motivo creo que no se tiene que generalizar sino identificar; y ahí está lo bueno.
Los medios deberían empezar a concretar formas de costumbre, las distintas interpretaciones y formas de ver el islam que existen y concretamente la que tienen estos grupos radicales, qué formas de captación de nuevos integristas tienen, etc. En fin, características asociativas fáciles de entender y fáciles de distinguir. Esto ayudaría a la población a situar, en esa innegable línea de fuego, a los que si están pensando en un futuro como el nuestro y los que no comparten esta visión. Hablo de dar un poco de tranquilidad a la población, y creo que mediante pequeñas dosis de conocimiento básico sobre este tema se conseguiría llegar al público en general. Porque, llamadme dramática, pero el “Estado del miedo” llega a nivel micro en estas pequeñas formas de convivencia que vivimos cada día, y al menos a mi parecer, no es una forma de Estado en el que me guste verme reflejada, ni como catalana, ni como española, ni como europea.
Por este motivo, con este texto quiero recordar lo fácil que es dejarse llevar por el miedo y la amenaza. Un miedo que quieren originarnos con sus prácticas estos grupos terroristas, y que poco tienen que ver con nuestros vecinos. Y finalmente, recordar que estos preciosos prejuicios ayudan mucho a los grupos políticos de extrema derecha, xenófobos y racistas per se, que solo ven en el Estado del miedo un terreno dónde jugar sus mejores estrategias. Hay que ser valientes y argumentar desde lo que sabemos, ahora que parece que los que NO nos dejamos llevar por la corriente, somos los que NO nos enteramos de que va la cosa.