Primeramente me gustaría, aprovechándolo como argumento de fondo, referirme al significado que encierra esta capacidad del ser humano, “inteligencia emocional”, que no es otra que la habilidad que permite conocer, interpretar y enfrentar sentimientos ajenos y propios para lograr satisfacción, eficacia y hábitos mentales auto-productivos.
Aclarado esto, pues, y al hilo de la introducción considero este factor importante para tener en cuenta a la hora de formarse en esta ciencia multidisciplinar. Se requiere mucha fortaleza mental para poder llevar a cabo funciones tales como asistir a la escena de un crimen; entrevistar a una víctima o a sus familiares directos; evaluar a un condenado; investigar en espacios hostiles o marginales, etc. Todo ello ocurre bajo un halo de gran emotividad y la tarea que debe desarrollar el criminólogo muchas veces ocurre en un lapso de tiempo bastante breve, por lo que es importante estar entrenado de antemano para saber defender la profesión y que paralelamente no suponga ningún tipo de trauma para el propio profesional, y finalmente para que sea eficiente el trabajo realizado, claro está.
Los tres atributos de la inteligencia emocional serían: capacidad de relacionarse con confianza; capacidad de sobrellevar situaciones de crisis sin padecer secuelas emocionales (o como yo prefiero denominar como “resilencia”) y la capacidad de construir activamente el futuro. Sabiendo que las emociones son estados subjetivos en los que confluyen tres factores: biológico, psicológico y social; hemos de tener en cuenta que nuestras propias experiencias de vida van construyendo nuestra inteligencia emocional, por lo que es un proyecto que se desarrolla a lo largo de nuestra existencia. El elemento clave es la EMPATÍA, que es un rasgo característico de las relaciones interpersonales exitosas.
Sobre el autor:
Pau Jordán Montesinos es alumno de Criminología en la Universidad de Alicante, representante de los alumnos de Criminología de dicha universidad y miembro de la Sociedad Española de Criminología.